Frío y lluvia. Libros y trabajos. Agobio y presión. Incluso asco. Y algo de tristeza e incertidumbre. La semana pasada no di abasto. Pero al final pude con todo. En el límite, con los cuernos del toro a milímetros de mi trasero. El jueves terminamos el reportaje de moda cuando estábamos al borde del suicidio y a partir de ahí todo dio un vuelco. El viernes, acabé el álbum manual que estaba haciendo para mis padres y mejoró mi humor. El sábado, vinieron mis padres con mi precioso ordenador nuevo, en blanco, y que es tan rápido que parece que vuela, y nos fuimos a comer al Arrop, un menú riquísimo meritorio de la estrella Michelín que les han otorgado. Mi sonrisa seguía creciendo, pero temía que se apagara con la celebración familiar del domingo. Sin embargo, consiguió mantenerse, e incluso creció un poco más. Ver a tus padres llorar por tu regalo no tiene precio. Volví a Valencia. Tuve la suerte de que me trajeron en coche y así me evité el autobús infernal con salsa de fondo. Otro motivo para sonreír. Pero se acababa el fin de semana, y todo apuntaba a que volvería a empeorar. Seguía teniendo libros y trabajos. Agobio y presión. Y anunciaban la vuelta de lluvia y frío. Efectivamente, el lunes no fue mi día. Muchas horas de clase, y un examen que salió peor de lo que tendría que haber salido. Cuesta abajo. Y por la noche el Barça-Madrid. Miedo. Canguelo, que dirían los periódicos. Todo volvía a ir mal, seguro que nos machacan y me cabreo. Es lo que toca. No quiero verlo con nadie, pero no tengo otro remedio. No funciona el canal de pago, peor me lo pones. Corre, bajo la lluvia, a conectar el aparato a otro piso. Por el camino, Gol de Xavi. Bueno, igual el día puede mejorar. Y otro. Y otro, otro y otro. Alegría y felicidad por doquier. Se me olvidó el resto de lunes. Porque el subidón es mayor cuando no te esperas el triunfo. Y llegó el martes con la resaca pletórica correspondiente. Entrevista en inglés para una beca de un mes en Londres, dando clases a niños. Me la dan. No me lo creo, demasiada fortuna seguida. Pero sí, es cierto, me iré. Más sonrisas. Y desde entonces, siguen las buenas noticias por doquier. Pero ahora vuelve el miedo. Sé por experiencia que las buenas rachas no son tan largas. Y sigo teniendo muchas cosas que hacer. Mucho agobio y presión. Y volverán a borrar mi sonrisa cuando llegue el momento justo. Pero, de momento, prefiero intentar olvidar los libros y trabajos e irme a Estrasburgo una semanita a estar con mi perraca favorita. Seguro que las sonrisas allí siguen en aumento. Porque aunque allí haga más frío, la lluvia se convierte en nieve y eso es bonito. Y los cuernos del toro que acechan mi trasero quedarán congelados por esos días. Luego igual me tupan, pero ya haré yo por lograr que no lo hagan.