Que soy culé y fan de Pep Guardiola no es ningun secreto. Mi devoción y admiración por él proviene de tiempos inmemoriales, de aquellos maravillosos años en los que yo era muy pequeñita y ya seguía al Barça como si me fuera la vida en ello a pesar de que a mis padres ni siquiera les gusta el fútbol. De cuando Pep era sólo un chavalín de aquel maravilloso Dream Team que me hizo sonreir pero también llorar. De cuando veía los partidos con pijama-manta y peluche incoporporado (bueno sí, el peluche sigue viéndolos conmigo).

Cuando se fue lloré. Y le seguí. Y cuando volvió fue mi mayor alegría. Soy tan sumamente friki que hace unos años, cuando la red social de moda era el Fotolog, creé uno en su honor con su nombre para poner sus mejores fotos. Y como sé que muchas sois como yo, os dejo algunas de mi recopilación como regalo.

Pero el problema llegó el domingo pasado con la Supercopa, y no sólo con la alineación que no me convenció (eso en este blog es lo de menos), sino por la ropa. Yo, que siempre he sido de las que siente repudio absoluto hacia la camisa de manga corta, especialmente si se le añade corbata, tengo que ver como mi Pep sale al banquillo con esa combinación -y encima en blanco y negro, en plan camarero-. Los que me conocen en seguida me preguntan: ¿lo aceptas? Me lo pienso mucho. No me gusta, qué se le va a hacer. Pero a ÉL, a ÉL se le perdona todo. Y qué narices, está hasta guapo. Con lo que se ponga. Y más si se le compara con el chonismo tan presente en el Real Madriz, tanto que daba miedito. Al final, le vi hasta elegante. A Pep, le querré siempre. Eso sí, mucho mejor en vaqueros y camiseta. Como cuando celebra los títulos. Ay omá. Y esperemos que esta noche podamos celebrar el primero de la temporada como toca, y me da igual cómo vaya vestido.