Y no me refiero a ninguna película de Peter Pan. Me refiero a los hijos de republicanos que se perdieron durante el franquismo, porque les cambiaron los nombres, porque les maltrataron, porque nunca se reunieron con sus familias o por otros motivos que nos enseña el documental de tv3 «Els nens perduts del franquisme» que hoy hemos visto en periodismo de investigación y que ha removido gravemente mis entrañas. Ayer, leyendo un resumen de la investigación ya se me cayó alguna que otra lagrimita, pero ver las declaraciones de las víctimas en pantalla me ha afectado más aún. Justo ayer hablaba de los derechos de los niños, y hoy me vienen con esto. Y una cantidad inmensa de energúmenos quejándose de la Ley de Memoria Histórica porque «alza viejos odios». ¿No es increíble que el Tribunal Supremo esté juzgando a Garzón por levantar causas contra el franquismo cuando aún no se ha juzgado a nadie por los tremendos daños que se produjeron? Y documentales como este nos muestran que aún quedan atrocidades por descubrir, y ninguna de ellas podrá ser olvidada o simplemente dejada atrás. Porque pasar página no soluciona este tipo de cosas.
Así que os dejo con un artículo sobre la Memoria Histórica que escribí de hace ya año y medio pero que hoy me viene como anillo al dedo. Es larguito, pero espero que os guste.
Si esto de la memoria histórica no fuera más que un viejo recuerdo, si este recuerdo resultara simplemente algo desagradable, no haría falta nada más que procurar olvidarlo o relegarlo al lugar más lejano de nuestra memoria. Pero para los que solicitan su aplicación, esta ley es algo que va más allá.
Por eso, la oportunidad de llevar a cabo esta ley tras tantos años, no les puede servir de pantomima a muchos españoles que, al no tener recuerdos dolorosos por ser de aquellos que no perdieron nada o de aquellos que sí perdieron pero que se vieron recompensados de una forma u otra por el régimen, dicen dónde se les quiere escuchar que aquello que se intenta es abrir innecesariamente viejas heridas que con la Transición ya quedaron superadas. Porque si realmente hubieran quedado superadas, nadie pediría esta ley.
Y es que esto de la memoria histórica es un intento por parte de los que perdieron mucho o casi todo, de pedir ahora –porque antes no se hizo- justicia y reparación para quien todavía vive o para sus familiares próximos, muchos de los cuales viven perdidos buscando a sus muertos en fosas comunes y casi anónimas, imaginando dónde pudieron ir a parar sus cuerpos.
Es cierto que el tiempo y el miedo les impidieron obtener en otros tiempos aquello que ahora reclaman fuertemente con pleno derecho del mundo: poder reconocer y situar los restos de sus familiares. Y no se puede negar cuánto de sublime resulta este gesto altruísta de quienes, en posesión de la razón y de la ley, han aceptado los efectos de la memoria histórica, la cual, en la mayor parte de los casos, no es más que un mínimo resarcimiento humano en comparación con los sangrantes hechos acontecidos durante la dictadura.
Los sepultados a las cunetas no disfrutaron de la vida porque generalmente no tuvieron ni buenos lugares de trabajo, ni facilidades, ni una situación digna; sino más bien al contrario, puesto que eran señalados como “rojos” –adjetivo casi siempre acompañado por “de mierda”- y estuvieron siempre apartados de la vida social de la época. Incluso ahora todavía hay pueblos españoles en las cuales no se ha podido el miedo a que los miren mal y a que murmuren a sus espaldas. Muchas personas, en estos pueblos y en otros, recuerdan aún que a sus abuelos los apartaron de sus lugares de maestros o de sus trabajos municipales por aquello de que el color rojo era feo; otras tienen presente como vieron a sus abuelas sin pelo por el mismo motivo; y otros porqué perdieron a sus parejas por consecuencias de la guerra como la pobreza o las enfermedades sin recibir ningún tipo de apoyo.
¿Qué parte de la ley puede reparar unas situaciones como aquellas? ¿Cómo se pueden compensar ahora las visiones de aquellos niños que vieron encarcelados a sus padres por el simple hecho de defender aquello en qué creían? Esta ley no puede volver atrás el tiempo por evitar los duros sentimientos que esta gente ha debido sufrir pero, pese a esto, parece que por el síndrome del ganador, la derecha española no comprende que el bando de los perdedores quiera al menos recuperar los restos de sus familiares.
Y no, no nos engañemos, no sirve excusarse en qué esta ley sirve por “levantar viejos odios”, puesto que cualquiera que mire con ojo analítico a la actual sociedad verá que esos odios nunca se acabaron de enterrar y que la fuerte crispación existente en los últimos años no se debe precisamente a la propuesta socialista sino que ésta sólo les sirve como la punta de la lanza empujada por una derecha que aparenta querer acercarse al centro pero que en ciertos temas es cada vez más extrema.
La derecha no puede actuar como los antiguos feudales y lanzar huesos a los perros para que callen. No puede porque, en este caso, los que los lanzan son los de sus propios muertos. La justicia es necesaria y no hay porque temerla, sino que hace falta defenderla y aplicarla siempre que se pueda y se quiera. En este caso Garzón ha demostrado que sí que se puede, pero claro, falta que realmente se quiera.
Y ahora, al releer el final y ver los periódicos de hoy, me doy cuenta de que este mundo es cada día más surrealista.