Lo vi por casualidad. Y me enamoré. Caí totalmente rendida a sus pies a la primera de cambio. Bastó una simple mirada. Suave. Y muy dulce, eso sí. Y con cariño. Se notaba que él sentía lo mismo, o algo parecido. Aunque, como es habitual en los de su especie, parecía más inherte que yo. Cada día pasan ante mis ojos decenas, qué digo, centenares de su calaña. Procuro fijarme en todos los que veo -a veces incluso los busco-, porque, aunque me digo que no debería, las miradas no se consideran infidelidades. Y es que he de reconocer que hace bastante tiempo que tengo a otro. Y con él debería bastarme. No debería serle infiel. Él no es tan dulce y cariñoso pero es más elegante y atento, todo un señor. A él le encontré también por casualidad, pero no fue tanto amor a primera vista, sino que yo iba buscando y él parecía estar allí, esperándome. Parecía estar hecho para mí. Y me gusta, me gusta mucho. Cuando le miro sonrío y me siento como una pequeña Audrey colmada de felicidad. Pero, cuando no le tengo cerca, siento tentaciones de serle infiel con algún otro. Y, desde que vi al señor dulce y cariñoso, he tenido las tentaciones más fuertes de mi vida. Sé que no debería. Sé que sería demasiado. Además, si necesito a otro en algún momento, sé que siempre puedo echar una cana al aire con algún otro que me presten mis benditas amigas. Que para eso las amigas lo comparten todo, hasta los amores más personales. Y él es tan bueno que no se enfadaría. ¿Pero comprometerme con otro? No sé si lo entendería. Y menos con su hermano pequeño. Porque, no sé si os lo he dicho, pero encima son hermanos.
Él, el que ya es mío, el elegante y sincero que me esperó hasta que le encontré, es el bonito vestido color vino de Adolfo Domínguez que conseguí en las últimas rebajas por menos de 100 euros. Era mi talla, me quedaba muy bien, me sentía como Audrey con él puesto. Me lo quedé y lo consideré mi primera opción para una de mis graduaciones. Para la otra ya me apañaría con alguno que me prestaran o con un remake de alguno sacado de mi armario. Porque pensaba que él iba a ser el único. Que no iba a poder encontrar nada mejor, y menos por ese precio. Pero las cosas cambiaron cuando apareció el otro. Fue amor a primera vista. El otro, el dulce y cariñoso, es esta maravilla de la colección cóctel de U, de Adolfo Domínguez (por eso lo de que es su hermano pequeño). Los que me conocéis sabéis que parece haber sido diseñado para mí. Que ese lazo me grita «Ada» cada vez que lo miro. Que desde que lo vi no puedo dejar de pensar en él. Que casi he olvidado el color vino y mi mente sólo piensa en pastelosidades en nude enlazadas. Lo quiero. Lo necesito. Debe de ser mío. Lo he decidido. Eso sí, no lo consideraré infidelidad, sino bigamia consentida (y requerida por las circunstancias). ¡Que alguien (mamiiiii) me ayude!
tiiiia, es precioso!! CÓMPRATELOOOOOOOOOOOO!! hazlo por mí! jajaja me encanta el color y el lazo.. vas a ir amazing!
La veritat es que et pega mogolló….i estaras wapa quan el tingues
Es precioso! jajaja el texto es super chulo tía yo pensaba que hablabas de algún maromo :P aisss la primavera la sangre altera! :D Un besito